Las palabras claves de su entrenador hicieron posible el milagro para Andre Agassi.
Brad Gilbert es un ex jugador profesional que alcanzó el número cuatro del mundo, carrera en la que sumó 20 torneos profesionales, pero que además tuvo una de sus más grandes victorias como entrenador junto al “Kid de Las Vegas”, cinco años después de comenzar a trabajar juntos.
En aquella definición en París, Agassi sentía renacer los fantasmas de la final en 1990, aquel famoso partido de la peluca donde triunfó el mítico ecuatoriano Andrés Gómez.
Al frente, del otro lado de la red, estaba el ucraniano Andrei Medvedev, ganando dos sets por uno de manera rápida y sencilla, pizarra que marcaba 6-1 y 6-2 ante el asombro de un mundo que tenía como favorito al norteamericano, quien buscaba el único Major que no estaba en sus vitrinas. “Era el único Grand Slam que no había ganado nunca y que debería haber ganado ya diez años atrás. Sabía que nunca tendría esta oportunidad de nuevo por lo que estaba muy asustado”, confesó el ex número uno del mundo.

Perdido, sumergido en la oscuridad de sus pesadillas en la ciudad luz, Andre no encontraba respuesta. “No sabía qué hacer y entonces, llegó la intervención divina, llegó la lluvia”, recuerda Agassi sobre una de las grandes historias que vivió con su entrenador por aquellos días de gloria. El partido se detuvo, ambos tenistas se fueron a los vestuarios, donde ocurrió el “milagro” en medio de un duro panorama. “Apestaba, todo estaba sucio y el silencio inundaba la escena. Miré a Brad y le dije: ‘¿En serio vas a callarte ahora?’”, recrea Agassi, cuidándose de que Medvedev no lo oyera. “Gilbert enfureció. Agarró la puerta de un casillero y la cerró tan fuerte que la rompió y me gritó: ‘¡¿Qué demonios quieres que te diga?! Eres tú el que puedes hacer algo. Solo necesitas ser mejor que una persona. ¿Me estás pidiendo que te diga que no eres mejor que él?’», agregó sobre el emotivo momento.
El pupilo tenía el juego, los golpes, la fama, la historia, el bagaje: todo. Gilbert sabía que debía apelar a su garra, sabía que tenía que remover las fibras y tocar el espíritu para despertar al guerrero. “Has estado en lo más alto y en lo más hondo y yo nunca me he ido de tu lado. Voy a simplificarlo todo y dejártelo muy claro. Si él golpea la pelota hacia un lado, haz esto: corre. Si él está en un lado, no golpees la pelota hacia ese lado. Juega tal y como sabes. Tus sueños están en tus manos e iremos tras ellos levantando nuestras armas y haciéndolo como lo hemos hecho desde el principio”. El resto… es historia.
Andre volvió transformado a la cancha; aquel que cayó al puesto 141 de la ATP tras haber sido el mejor del mundo, estaba encendido en llamas, su mirada era otra, volvió ese rápido caminar que tanto lo caracterizó, apresuró la marcha entre puntos, la mirada era intensidad pura. Una película épica que concluyó con un desenlace esperado: el “Kid” se convertía en hombre una vez más tras remontar el marcador y con su saque finalmente reinó en París.

Incrédulo, Agassi soltó la raqueta, se llevó las manos a la cabeza y clavó la mirada, llena de lágrimas, en quien se ha convertido en más que su entrenador. “En esos momentos, recordé las palabras de Brad, en las que me decía que evidenciara las debilidades del rival. En la última pelota de partido, saqué abierto y ahí acabó. Y ahí estaba él, levantado, con sus brazos arriba porque sabía que acabábamos de conseguir nuestros sueños”, declaró el estadounidense sobre el inolvidable momento.
En muchos casos se cree que el entrenador es un trabajador normal, común y corriente, al que sólo se le paga para que el niño tenga algo saludable que hacer después del colegio, que es una clase para mejorar el juego de los adultos, o en el profesionalismo, donde es considerado en ciertos casos como un empleado que corrige y que acompaña en el circuito.
Para muchos otros, el entrenador es mucho más, encargado de formar atletas integrales en este mundo que cada día pierde más valores, lo que elevó como pocos Andre Agassi, con un mensaje que debería ser leído por todos. “Las victorias vienen y van, son efímeras, pero el tiempo que pasé contigo me ayudó a encontrar mi misión en la vida y que es ayudar a los niños sin recursos. Tu creencia en mí me ayudó también a encontrar a mi preciosa esposa y a tener dos maravillosos hijos. He sido el beneficiario de tu fe en mí. Te quiero como un hermano y nunca podré agradecerte lo suficiente todo lo que hiciste por mí”, cerró magistralmente el pupilo ante su maestro.
fuente; Vida y Tenis