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Una mala racha
Rafael Nadal se encuentra en su peor momento histórico dentro de las pistas de tenis y merodea entre un torbellino de dudas que él mismo intenta suavizar.

Todo deportista tiene su bache y/o declive profesional. Es parte del inevitable paso del tiempo y de la corta carrera que tiene un tenista de élite. Sin embargo, por más que nadie escape de esta vivencia, en ocasiones, aceptarlo se transforma en una agonía. Los aficionados se trasladan al pasado con tal de no asimilarlo e incluso el propio protagonista puede optar por intentar esconderlo. O maquillarlo. O simplemente no querer o no poder verlo.
El tenis y la competitivdad de Rafael Nadal están en su peor momento histórico. El español es una sombra del que fue, de aquel que todo lo ganaba y que mal acostumbró al aficionado medio. A día de hoy, su tenis se va resquebrajando y le abruman las inseguridades. La duda, que es uno de los peores aliados que se puede encontrar un tenista, parece que está cómoda y aferrada al español desde hace más de un año.
Y estas dudas florecen debido a la falta de confianza y la inseguridad dentro de la pista. Precisamente los atributos que encandilaron al mundo durante una década consecutiva son los mismos que ahora lo tienen envuelto en una espiral negra en la que nunca antes se había visto parado.
El tenis de Nadal perdió fuelle. Su derecha no tiene el peso, la fuerza y el vigor de antaño. El porcentaje de drives con los que realmente hace daño bajó considerablemente en los últimos tiempos. Rafael juega corto, pega con sensaciones incómodas y sus derechas, el golpe con el cual marcaba la diferencia, no terminan de imponer su sello de identidad.
Sumado a esto, el saque, que nunca fue su golpe estrella, fruto de la desconfianza tampoco es un tiro que le genere la garantía suficiente como para empezar mandando en el juego. Nadal tiene la ‘desventaja’ de no ser un gigante ni un ‘killer’ que pueda arañar un gran puñado de puntos gratis con su servicio. En los últimos meses se ve vulnerable con su saque. Los segundos saques son un manjar apetecible para los rivales que yaempiezan a perderle el respeto deportivo al nueve veces campeón en París.
Pero hay un aspecto en el que es fundamental profundizar para entender la caída del tenis del mejor jugador en la historia de España: su físico.Rafael Nadal ha tenido una carrera con un desgaste físico abrumador que le está pasando factura. Parte de su éxito pasó por llevar su cuerpo al límite. Pocos tenistas en la historia han tirado tanto de físico para llevarse algunos partidos, pocos mostraron la superioridad física que Nadal impuso en las canchas de tenis.
El balear fue e intenta ser uno de los jugadores que más busca su derecha. Hasta hace unos años, Nadal movía las piernas con la agilidad de un felino, corría de lado a lado, de línea a línea sin un destello de flaqueza física. Era un animal competitivo que se disfrazaba de frontón en cada partido. Nadal no solo llegaba y ponía la pelota en juego; llegaba, se paraba y sacudía. Y si no se paraba, lo hacía a la carrera. Sprint, golpeo y tiro ganador. Era una fórmula que no fallaba. Carrera corta, impacto ypassing shot. La firma de Rafael Nadal, el mejor pasador de todos los tiempos.
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Hoy su físico, lógicamente apaleado con el paso del tiempo, no tiene la chispa suficiente para llevar a cabo el juego marca de la casa de Nadal.Perdió frescura en sus piernas, en los desplazamientos y esto provoca que llegue mal parado a la pelota. Sus posicionamientos en pista y a la hora de impactar distan de los que hacía unos años atrás.
Si bien Nadal nunca fue un ejemplo de libro de cómo impactar a la pelota, es patente que la descoordinación va en aumento y está cada vez más presente en diferentes impactos. Si antes lo solucionaba con una dosis de confianza y lo maquillaba; ahora, esa bola que unos años atrás entraba, se va al pasillo, larga o se queda en la red sin la mínima intención de poderío.
“Es una pena, me faltó un punto para poder estar en esta final”, comentabaNadal tras sucumbir ante Dominic Thiem en semifinales del ATP 250 de Buenos Aires el pasado sábado. «Thiem se jugó una pelota ganadora en la línea en el match point. Y bueno. Creo que tuve chances de ganar el partido. No hice un mal partido hoy”, añadió el español.
Sin embargo, estas declaraciones van perdiendo credibilidad con el paso de los días, las semanas y la hemeroteca de los últimos meses.Los aficionados ya escuchan con recelo las palabras del manacorense porque son testigos de lo que está ocurriendo en la cancha. Las imágenes y las estadísticas no engañan. Los resultados tampoco.
Nadal cuajó ante Mónaco, Lorenzi y Thiem en el torneo de Buenos Aires algunos de los peores partidos de su carrera. A pesar del nivel y las sensaciones, el tenista comentó: “Intenté ganar, peleé hasta el final. No pudo ser, seguiré adelante y trabajando con mucha ilusión”.
La ilusión está, eso es innegable. De hecho, es necesaria para competir, progresar, madurar y evolucionar, pero hay una realidad: la ilusión no gana partidos. Hace falta una autocrítica certera y no quedarse con la idea que por tan solo un punto se podría haber llegado a la final. Un hecho veraz, pero poco constructivo para sus intereses.
Nadal hace meses que está estancado. No parece disfrutar en la pista de tenis y está envuelto en una vorágine turbia en la que no se visualiza la salida por la puerta grande a corto plazo. O se acepta el gran bache, el declive de una leyenda -en el peor de los casos- o se buscan soluciones para salir del estado que lo tortura semana tras semana.
“No estoy preocupado, no pasa nada”, insistía sorprendentemente en rueda de prensa tras su derrota en Argentina. La preocupación, según él mismo comenta, no es un estado en el que está sumergido Nadal y parece ser que su equipo tampoco. Y tal y como la palabra describe,preocuparse es prevenir a alguien en la adquisición de algo.
Ese ‘algo’ ya está en el tenis de Rafael Nadal.
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